Recordando a Jonas Mekas
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Pese a la brevedad de mis apuntes, el óbito de Jonas Mekas hace algunas semanas me obliga a dejar constancia de la admiración que el finado me inspiró. Antes que por su filmografía -sólo he visto Walden (Diaries, Notes, and Sketches) (1969), Reminiscences of a Journey to Lithuania (1972) y algún cortometraje- estimé a Mekas por sus textos sobre cine. Aparecidos originalmente, desde comienzos de los años 60, en la revista Voice -una modesta publicación del Greenwich Village neoyorquino- yo los leí en Diario de cine (Fundamentos, 1975), uno de los primeros libros cinéfilos que atesoré.
En aquellas páginas, Jonas Mekas se descubrió como un defensor apasionado del cine experimental en oposición al de Hollywood y a mí, que tengo en la más alta estima a cuantos saben escribir sobre cine más allá de la consabida pantalla estadounidense, me emocionó. Junto a su hermano Adolfas, Jonás se había establecido en Estados Unidos en 1950 tras una experiencia traumática en su Lituania natal durante la Segunda Guerra Mundial. Fundador de la revista Film Culture (1954), antes de convertirse en realizador él mismo a comienzos de los años 60, andando esta última década le correspondió ser el cronista de un nuevo cine hecho por jóvenes que apenas contaban con presupuesto. Siempre sin estrellas, a menudo incluso sin actores -protagonizado por quienes se encontraban delante del tomavistas durante la filmación-, estaba rodado invariablemente en formatos menores: 8, Súper 8 y 16 mm.
Acusado continuamente de pornográfico, este cine sobre el que llamaba la atención Mekas nunca contaba con licencia de exhibición. De modo que la policía lo perseguía para llevarlo ante los mismos tribunales que le habían negado previamente los permisos para el estreno. Aunque sus autores -Bruce Baillie, Stan Brakhage, Shirley Clarke...- no aceptaban la denominación, comenzaba a ser conocido como el cine undeground. Se trataba de una pantalla eminentemente artística, que se oponía a las producciones de la colosal industria de Hollywood cuya lenta agonía acababa de empezar.
Cuando se habla de la paternidad del cine independiente norteamericano, suele atribuírsele a John Cassavetes. Yo, que aborrezco sobre todas las cosas la contaminación del cine por el teatro -si la pantalla no hubiera roto con la escena jamás hubiera encontrado su propio lenguaje: la articulación de la narración en planos-, pongo en duda dicha paternidad por la inquietud teatral de Cassavetes. Bien es cierto que Mekas también tuvo cierta tendencia hacia las tablas -sin ir más lejos, basó alguna de sus películas en montajes del Living Theatre-, pero, a mi juicio, cuenta más el cine de su propia realidad.
Sí señor, admiré al Mekas articulista. Y ahora, que el setenta o el ochenta por ciento de mi actividad literaria está dedicada al cine -ahora que sé lo que es escribir sobre la pantalla- le tengo en una estima aún mayor. Pero también aplaudo al Jonas Mekas cineasta porque -ahora que sólo me interesa la vida vista a través del cine- él siempre supo hacer cine de su realidad. Se rodaba un montaje del Linving Theatre lo hacía como espectador del espectáculo, no como adaptador a la pantalla de un montaje teatral.
Publicado el 14 de febrero de 2019 a las 18:15.